Cada día Rosa juntaba los cristales y armaba su corazón. Se
levantaba, iba a trabajar, comía, se bañaba y se iba a dormir; un día en pos de
otro, siempre pegando sus pedazos para continuar.
Una mañana de septiembre sin darse cuenta dejó uno de los cristales bajo la cama. Desde
entonces, intentaba reparar su corazón con diferentes trozos pero nada encajaba
allí. Y era tanta la desarmonía que todos esos pedacitos no resistieron y
volvieron a caerse justamente en la alfombra de su habitación, muy cerca de ese
trozo que parecía perdido y olvidado pero que era necesario para vivir.
Todo había caído en un gran abismo y recoger cada parte suya
le ocasionaba un inmenso dolor; los cristales cortaban su piel, penetraban en
lo más profundo y sangraban, como heridas que no pueden cerrarse. Así y todo
jamás dejó de intentarlo y un buen día no solo logró unirlos, sino también
fundirlos cuando un fuego nuevo lo fortaleció y le devolvió los latidos
elevándolo tan alto que ya no podía
caerse.
Ese día Rosa empezó a vivir…
Natalia Porcel
Publicado en la revista literaria "Los omniscientes":
http://www.joomag.com/magazine/los-omniscientes-ndeg4-octubre-2014/0484739001412383514?short#.VDPU2_NBsTk.facebook