domingo, 26 de junio de 2016

El barrilete

Era una tarde de otoño. Luciano despertó luego de una larga siesta y sintió que su cabeza giraba como un carrusel.
Habían pasado muy pocas semanas desde que su esposa, su soñada eterna compañera, había partido de este mundo. Desde entonces, solo podía descansar gracias a los ansiolíticos que el medico le había recetado.
Con los ojos hinchados, de tanto dormir y de tanto llorar, vio sus cortinas moverse, entonces abrió las ventanas de su habitación. El viento era calmo, pero lo suficientemente fuerte como para darle un sacudón a su desmejorado cuerpo, ya cargado de varias décadas.
Al parecer la tormenta de la noche anterior había ocasionado grandes destrozos. Apenas cruzó la puerta, se encontró con varios arboles caídos, sin embargo, el aroma del naranjal le animaba el alma.
Serian ya las cinco de la tarde, pues se escuchaban las campanadas de la iglesia. En un impulso se dirigió hasta allí.
En el templo encontró un niño llorando, que rezaba porque las pequeñas olas del rio creciente se habían llevado lo poco que tenia. Pero lo que mas logro conmover a Luciano fue escuchar en las plegarias que el chico rogaba por su barrilete perdido; no era cosa menor para el, ya que este había sido el ultimo regalo que su padre le había hecho antes de morir.
Luciano pensó que urgentemente debería resolver el asunto, el llanto de aquel pequeño le pareció mucho más desgarrador e infinito que la lluvia torrencial de la noche anterior.
Entonces, salió a recorrer toda la orilla del rio, guiado tal vez por el olor de la arena mojada, hasta que de repente una humareda le lleno los ojos de polvo.
Apenas pudo recuperar la visión, se dio cuenta de que a pocos metros suyos habían algunas ramas, entre las cuales se vislumbraban fuertes colores.
El hombre hizo un gran esfuerzo por quitar el barrilete de ese enredo y apenas pudo recuperar la primera parte, una ráfaga de viento hizo el resto. El barrilete se le escurrió entre sus arrugadas y frágiles falanges. Con una gran decepción lo vio irse desapareciendo entre la neblina y las nubes.
De regreso, a paso lento y cargado de angustia, llego a la puerta de la iglesia. Al detenerse y luego de un largo suspiro, elevo la mirada. No podía creer lo que sus ojos estaban viendo, el niño seguía en el lugar, pero con una sonrisa de lado a lado. Asique asombrado, intento despejar su gran incertidumbre y el chiquito le contesto:
-Pedí con tantas fuerzas tener este barrilete otra vez conmigo, que al asomarme a la entrada, lo vi caer del cielo… ¡Un milagro!
Luciano transformo su frustración en una profunda liviandad para su alma, le sonrió y lo invito a remontarlo juntos.
                                                  Fin


Autora: Natalia Jacqueline Porcel

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