viernes, 11 de enero de 2013


Vuelo ocho cuarenta

Con muchas pero pocas ganas, tan frustradas y entusiasmadas a la vez, armamos nuestros bolsos. Julieta se había contactado con un empresario estadounidense muy importante del mundo del espectáculo que nos ofrecía un muy buen empleo en México.
Aquí, en Buenos Aires, ya lo habíamos intentado todo. Es muy difícil para una bailarina clásica ganarse la vida dignamente mediante esta profesión.
El vuelo estaba programado para las nueve menos veinte de la mañana. No quisimos despedidas ni de nuestros amigos ni de nuestra familia ya que a pesar de la gran oportunidad que teníamos, nos dolía mucho tener que abandonar el país, más aun el barrio y la gente que nos había visto crecer.
Apenas arribamos Michael Carter ya nos había enviado un taxi para enviarnos directo al hotel al cual se nos había designado.
El edificio era sombrío, bastante antiguo y me provocaba cierta desconfianza; un escalofrió me recorrió todo el cuerpo y por dentro supuse que seria normal sentir algo de angustia. Mi hermana Julieta estaba muy alegre, ella siempre había sido amante de las nuevas aventuras, y era la más optimista de las dos.
Nos registramos y pasamos a la habitación nueve en el segundo piso. No habíamos tenido tiempo de desempacar cuando ya nos estaban golpeando la puerta. Michael venia a presentarse y darnos la bienvenida invitándonos con un trago
Luego de las formalidades solo recuerdo que brindamos y el resto son imágenes confusas. Sé que desperté en una habitación muy sucia y mal oliente, con nauseas, una jaqueca muy fuerte y tan débil que no podía ponerme en pie. Solo había una pequeña ventana en lo alto que estaba cerrada y tenia rejas. Al rato ingresó este señor, empezó a golpearme y a inyectarme los brazos; me arrastró hacia otra habitación en el primer piso, donde me esperaba otro hombre. No recuerdo bien pero por las molestias que luego sentí en mis genitales creo que me violó.
En esa habitación entraba y salía gente todo el tiempo, mi vaga lucidez no me dejaba reconocer ningún rostro. Solo sé que Julieta no estaba allí.
Al otro día desperté en la habitación  nueve muy exaltada creyendo que se había tratado de una pesadilla, hasta que descubrí mi cuerpo desnudo lleno de hematomas y rasguños y me desesperé.
Quise salir, pero la puerta estaba cerrada bajo llave; grité con todas mis fuerzas y mientras intentaba romper el picaporte a patadas alguien entró muy violentamente y me abofeteó hasta desmallarme. En susurros suspiraba el nombre de mi hermana, pero no había nadie allí para escucharme.
Supongo que fui drogada nuevamente, ya que mis próximos recuerdos se sitúan otra vez en esa habitación en la que había un vaivén de desconocidos.
En pocos segundos  reaccioné al escuchar varios tiros, la sirena de un patrullero y el grito de otras mujeres. Me arrastré hasta la puerta y pedí auxilio con las pocas fuerzas que me quedaban.
Al rato, apareció un policía que me levantó y me sacó fuera de ese maldito lugar. En la puerta  había un cadáver. Yo conocía esos bucles castaños que asomaban de la bolsa de nylon que cubría el cuerpo…
-          ¡Julieta! ¡Julieta!
Mis gritos iban tomando mas fuerza hacia afuera mientras se volvían más débiles  por dentro…
-¡Julieta! ¡¡¡Noooo!!!

Desde aquel día  despierto en mi encierro, nunca más podré cruzar las puertas de este lugar…

                                                                                              

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